12/29/2006

Verano en el campo




Cuando niño mi familia viajaba al campo a pasar gran parte del verano. No tenia nada de grandioso ni de especial, en ese lugar solo habitaban mosquitos, ratones, arañas y murciélagos.
Mi papá le compro esa casa de campo a un anciano moribundo que vivía en Talca. El decrépito anciano la vendía para poder vivir dignamente los pocos años que le quedaban en este planeta.
El primer verano en ese satánico lugar, y digo satánico lugar porque aparte de los murciélagos, las ratas y las arañas, una mujer terminó con su vida ahorcándose en la misma habitación que compartía con mi adolescente hermana, creo que fue por un amor no correspondido, pero bueno, el primer verano en esa casa campestre a mis tiernos 12 años de edad fue horriblemente eterno y aterrador.
Mi hermana, que en ese tiempo tenia 15 años, invito a una “gran amiga”. No lo digo solo porque era su mejor amiga, sino porque esa quinceañera niña pesaba 90 kilos y media mas menos 1,70 m. de altura. Compartíamos el mismo cuarto. Recuerdo las noches en que esa gran amiga de mi hermana se quitaba la ropa y se ponía un pijama rozado, apretado y desteñido. Era una imagen escalofriante que se repitió durante todas las noches de ese extraño verano.
Un día mi hermana escuchó por ahí que se necesitaban algunas manos para sacar tomates en una parcela cercana a la nuestra. El dueño de esos terrenos y de los tomates era un campesino que de la noche a la mañana se convirtió en el hombre más rico del sector. Algunos mal hablados decían que este caballero mal educado había hecho un pacto con don Sata, pero en realidad el dinero lo hizo vendiendo cebollas y tomates al mas alto precio en una temporada en que estos apetecidos productos escaseaban en la región.
No tardó mucho tiempo mi hermana en convencer a su amiga y sin dejar pasar mas días decidieron hacer fortuna en el negocio de los tomates.
Todos los días de ese mal recordado verano debía llevar el almuerzo a mi hermana y a su amiga. Con una bicicleta “pistera”, de esas con ruedas casi invisibles, pedaleaba torpemente por caminos de tierra y piedrecillas hasta llegar al lugar en el que estas delicadas niñas de ciudad hacían el trabajo pesado de sacar tomates. Lo único bueno de todo esto era que antes de llegar donde mi hermana paraba a un lado del camino a fumar un cigarrillo que le había robado a mi madre antes de subirme a la inestable pistera.
Era raro ver a mi hermana toda sucia y con las manos y pies partidos, heridas provocadas por el roce con las hojas de la planta del tomate, y para que hablar de la amiga de mi hermana que después de una semana de arduo trabajo campesino había bajado como 20 kilos.
No entendía el esfuerzo que hacían, no podía entender el porque de tal sacrificio veraniego.
Así pasaron todos los días de ese extraño verano en el campo.
El fin de las vacaciones llegó. Mi hermana con el dinero que ganó en los tomates se compró el uniforme y los útiles escolares que siempre quiso. Me dio de regalo unas zapatillas súper taquilleras por haber llevado el almuerzo durante su periodo laboral tomatero. La amiga de mi hermana terminó pesando 60 kilos y en marzo de ese año se puso a pololear con un compañero de curso.
Pero... valió la pena tanto sacrificio, valió la pena vivir un verano con ratones, arañas, mosquitos, tomates, sol y sed. Tener heridas en las manos y en los pies por el contacto diario con los tomates y el barro. Levantarse con las gallinas todo un verano solo para poder comprarse los útiles escolares que siempre soñaste tener. Para mi todo esto no tiene mucho sentido, pero para mi hermana si. Porque creo que en toda su vida las cosas nunca han sido muy fáciles y sencillas.

1 comentario:

Inmortalis dijo...

Hola miguel... te posteo con mi nuevo blog... inmortalismusic.blogspot.com
Bueno, me gustó lo que escribiste, cómo hay cosas que antes nos parecían incomprensibles ahora las entendemos mejor...

Buena la chupeta...

Ya... feliz año 2007!!!!

Yorch!!!!